Actualmente hay muchos, que juzgando por los signos de los tiempos, creen que Cristo está a punto de venir y están esperándole llenos de gozo. Según la opinión del autor, no obstante, las "cosas que primeramente han de suceder" no han sucedido aún en lo que se refiere a muchas particularidades importantes, y además no debemos olvidar que El dijo que: "Lo mismo que sucedió en tiempos de Noé, también sucederá el día del Hijo del Hombre".
Entonces comían, bebían y Vivían alegremente; se casaban y se daban en matrimonio hasta el momento mismo del diluvio que les tragó. Solamente se salvó un pequeño número. Por consiguiente, nosotros que anhelamos Su venida haremos bien el hacer de modo que no se cumpla nuestra fervorosa demanda antes de que estemos preparados, porque El dijo: "El día del Señor vendrá como un ladrón en la noche".
Pero hay también otro peligro, un gran peligro que Cristo puntualizó diciendo: "Habrá Cristos falsos", y "engañarán basta los propios elegidos si esto fuese posible". De modo que estamos ya prevenidos para que, cuando la gente diga: "Cristo está aquí en la ciudad o allá en el desierto", no hagamos caso alguno y no vayamos a buscarle, o de lo contrario quedaremos burlados.
Pero, por otra parte, si no investigamos, ¿cómo lo podremos saber? ¿Es que no cabe el riesgo de que rechacemos a Cristo si nos negamos a hacer caso a cualquier pretendiente, y si juzgamos a cada uno según sus méritos? Al examinar los preceptos de la Biblia respecto a este particular, éstos parecen extraños y no en consonancia con los fines cuyo alcance deberían facilitarnos, y la gran cuestión: "¿Cómo conoceremos a Cristo en Su venida?" sigue sin solución. Hemos publicado un folleto sobre este asunto, pero nos parece que una iluminación adicional será bien recibida por todos.
Cristo dijo que algunos de los Cristos falsos operarían signos y milagros. El siempre se negó a probar Su divinidad de tal manera sórdida cuando los escribas y fariseos se lo pidieron, porque sabía que los fenómenos solamente excitan el sentido de lo maravilloso y agudizan el apetito para más. Aquellos que son testigos de semejantes manifestaciones son alguna vez sinceros en su esfuerzo de convencer a otros, pero en general estos últimos parecen decirles:
"Usted dice que le ha visto hacer tal o cual cosa y por esto usted cree. ¡Perfectamente! Estoy también dispuesto a dejarme convencer. Que él me lo haga ver a mi también".
Pero aun suponiendo que un Maestro estuviese dispuesto a probar su identidad, ¿quién entre la gran masa está calificado para juzgar la validez de la prueba? Nadie. ¿Quién conoce el signo del Maestro cuando lo ve? Ninguno. El signo del Maestro no es un fenómeno que puede ser repudiado por los sofistas; no es tampoco algo que el Maestro pueda enseñar o ocultar a su antojo, ni que pueda recoger o apartar cuando guste. El tiene que llevarlo consigo forzosa y continuamente, lo mismo como nosotros llevamos brazos y piernas. Sería tan imposible ocultar el signo del Maestro a los calificados para verlo, conocerlo y juzgarlo, como lo seria para nosotros ocultar nuestros miembros a los que tienen vista física. Por otro lado, como el signo del Maestro es espiritual, ha de ser percibido espiritualmente, y por consiguiente, es tan imposible enseñar el signo del Maestro a aquellos que carecen de vista espiritual, como lo es el enseñar una figura física a una persona físicamente ciega.
Por esta razón leemos: "Una generación mala y adulterina se esforzará en la búsqueda de una señal, mas tal señal no le será dada". Y luego, un poco más adelante, en el mismo capítulo (San Mateo, 16) vemos a Cristo que pregunta a Sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que soy Yo, el Hijo del Hombre?" La contestación nos descubre que aunque los judíos veían en El una persona superior, Moisés, Elías o alguno de los profetas, los discípulos eran incapaces de reconocer Su verdadero carácter. Ellos no podían ver el signo del Maestro, porque de otro modo no hubiesen necesitado ningún otro testimonio.
Cristo entonces se volvió hacia sus discípulos y les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que
soy Yo?" Y de Pedro le vino la respuesta, llena de convicción y rápida que dio en el blanco:
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". Este había visto el signo del Maestro, y sabía de lo
que hablaba, independientemente de fenómenos y circunstancias exteriores, como fue subrayado por Cristo cuando dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos." En otras palabras, la
percepción de esta gran verdad dependía de una calificación interior.
Lo que era y es esta calificación se desprende de estas palabras de Cristo: "Mas yo también te digo que tú eres Pedro (Petros, una roca), y sobre esta piedra (Petra) edificaré mi Iglesia."
Cristo dijo respecto a la multitud de judíos materialistas: "Una generación mala y adulterina
demanda señal, mas señal no le será dada, sino la señal de Jonás el profeta." Y ha habido
mucha discusión referente a este tópico entre los cristianos igualmente materialistas de los
últimos tiempos. Algunos dicen que una vulgar ballena tragó al profeta y luego le echó sobre la playa. Entre las distintas Iglesias ha habido división de opiniones sobre este punto. Pero cuando consultamos los registros ocultos encontramos una interpretación que satisface al corazón sin violentar la mente.
Esta gran alegoría, como tantos otros mitos, está escrita en la película del firmamento, porque primero se puso en escena en el cielo antes de serlo en la tierra y todavía vemos en el cielo estrellado "Jonás, la paloma" y "Cetus, la ballena". Pero no vamos a ocuparnos tanto de la fase celestial como de su aplicación terrestre.
"Jonás", quiere decir paloma, símbolo reconocido perfectamente como el del Espíritu Santo.
Durante los tres "días", comprendiendo las revoluciones de Saturno, del Sol y de la Luna del Período de la Tierra, y las "noches" intermedias, el Espíritu Santo con todas las Jerarquías Creadoras obraba en la Gran Profundidad, perfeccionando las partes internas de la tierra y de los hombres, y separando el peso muerto de la Luna. Entonces la Tierra salió de su estado acuoso de desarrollo en la época central de la Atlántida, y así "Jonás", el Espíritu de la Paloma", llevó a cabo la salvación de la mayor parte de la humanidad.
Ni la tierra ni sus habitantes eran capaces de mantener su equilibrio en el espacio, y por esta razón el Cristo Cósmico empezó a trabajar con y sobre nosotros, y en el momento del
bautismo descendió finalmente como una paloma (no en forma de una paloma, sino como tal paloma) sobre el hombre Jesús. Y lo mismo como Jonás, la paloma del Espíritu Santo, estuvo tres Días y tres Noches en el Gran Pez (la Tierra sumergida en agua), así, pues, al final de nuestro involucionario peregrinaje, la otra paloma, el Cristo, tiene que entrar en el corazón de la Tierra durante los revolucionarios tres Días y Noches venideros, para darnos el impulso que necesitamos en nuestra jornada evolutiva. Tiene que ayudarnos a eterizar la Tierra como preparación para el Período de Júpiter.
De este modo, en el momento de su bautismo, Jesús se convirtió en "un Hijo de la Paloma" y fue reconocido por otro "Simón Bar-Jonás", (Simón, hijo de la Paloma). Al hacer este reconocimiento por el signo de la paloma, el Maestro llamó al otro "una roca", una Piedra fundamental y le prometió las "Llaves del Cielo". Estas no son palabras huecas ni promesas vagas, sino que en ellas hay envueltas distintas fases de desarrollo del alma a las que cada uno tiene que someterse si no ha pasado aún por ellas.
¿Qué es entonces el "signo de Jonás" que el Cristo llevó siempre consigo, visible para todos los que podían verlo más que "la casa del cielo", con la cual San Pablo deseaba ser vestido: la casa del tesoro glorioso en la cual todos los actos nobles de muchas vidas brillan y lucen como perlas preciosas? Todos tenemos una pequeña "casa del cielo". Jesús, santo y puro, mucho más que los demás, era probablemente de un aspecto de gran esplendor, pero ¡cuan indescriptiblemente más luminoso debe ser el vehículo del esplendor en el cual descendió el Cristo! Considerando esto, nos podremos hacer una idea de la "ceguera" de aquellos que pedían "una señal". Hasta entre Sus mismos discípulos El hallaba la misma catarata espiritual.
"Enséñanos al Padre", dijo Felipe, olvidándose de la mística Trinidad en la Unidad que hubiera debido ser obvia para él. Simón, sin embargo fue rápido para percibirle, porque, por medio de la alquimia espiritual había preparado esta petros o "piedra" filosofal que le daba derecho para poseer las "llaves del Reino"; una iniciación que permite al candidato el empleo de los poderes latentes evolucionados por el servicio.
Así, pues, vemos que estas "piedras" para el “templo construido sin manos”, sufren una evolución o proceso de preparación. En primer lugar tenemos la "petros", el diamante en bruto, por así decirlo, tal como se encuentra en la naturaleza. Cuando se leen con el corazón tales versículos, como la primera Epístola a los Corintios, 10, 4: "Y todos bebieron de la misma bebida espiritual, porque bebieron de aquella roca espiritual (Petros) que les seguía, y esta Roca era Cristo", arrojan mucha luz sobre el asunto. Gradualmente, muy lentamente, hemos sido impregnados con el agua de la vida que brotó de la Gran Roca. También hemos sido pulimentados como "lithoi zontes" ("piedras vivientes") destinadas a ser unidas con aquella Piedra Grande que el Arquitecto hubo desdeñado; y cuando hayamos obrado debidamente hasta el final, recibiremos en el Reino la diadema más preciosa de todas, él "psiphon leuken" (la piedra blanca) con su Nombre Nuevo.
Hay tres pasos en la evolución de la "Piedra del Sabio": Petros, la roca firme y dura; Lithon,
la piedra pulida por el servicio y preparada para que se pueda escribir en ella; y psiphon leuken, la blanda piedra blanca que atrae hacia ella a todos los que son débiles y llevan una carga muy pesada. Hay muchas cosas ocultas en la naturaleza y composición de la piedra de cada uno de estos pasos que no pueden ser escritas; es preciso saber leer entre líneas.
Si esperamos edificar el Templo Viviente con Cristo en el Reino, haremos bien en prepararnos para tener cabida en él, y entonces conoceremos al Maestro y también el Signo del Maestro.
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