CAPITULO XIII
LA SIGNIFICACIÓN ESOTÉRICA DE LA PASCUA DE RESURRECCIÓN
EL PERIODO INICIAL DE LA FILOSOFÍA
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Otra vez ha llegado la tierra al equinoccio primaveral en su movimiento anual alrededor del Sol, y estamos en la Pascua de Resurrección. El rayo espiritual emitido por el Cristo Cósmico cada otoño, para reforzar la deficiente vitalidad de la Tierra está a punto de ascender al Trono del Padre. Las actividades espirituales de fecundación y germinación que han sido desarrolladas durante el invierno y la primavera, serán seguidas por el crecimiento material y un proceso de madurez en el verano y otoño bajo la influencia del Espíritu de la Tierra. El ciclo termina en la "Casa de la Cosecha". Así el gran drama mundial pasa por la escena año tras año, como una lucha eterna entre la vida y la muerte; siendo ambos victoriosos y vencidos en la eterna continuación de los ciclos.
Esta gran marea cíclica no está limitada en sus efectos sobre la Tierra en su flora y fauna, sino que ejerce una influencia igualmente dominante sobre la humanidad, aunque la gran mayoría ignore las causas que la empujan a la acción en un sentido o en otro. Pero a pesar de esta ignorancia, no obstante, el hecho es innegable que la misma vibración terrestre que adorna con nuevos trajes a los animales en la primavera, produce también en el hombre el deseo de vestirse con colores alegres en tal estación. Es la misma llamada del instinto que en verano empuja al hombre al descanso en el campo donde los espíritus de la naturaleza han desarrollado sus artes mágicas en campos y bosques, para recuperar las fuerzas perdidas durante la vida artificial en las ciudades congestionadas.
Por el otro lado, es la "caída" del rayo espiritual del Sol en el otoño que provoca la reanudación de las actividades mentales y espirituales en el invierno. La misma fuerza germinadora que hace fermentar la simiente en la tierra y la prepara para que produzca múltiples frutos, activa también la mente humana y fomenta las actividades altruistas que mejoran las condiciones del mundo.
Si esta gran oleada del Amor Cósmico altruista no culminase en la noche de Pascua, si no produjera vibraciones de paz y buena voluntad, no habría ninguna sensación de fiesta en nuestros corazones capaz de engendrar el deseo de hacer a los demás también felices, y la costumbre universal de hacer regalos en la Pascua no existiría y sería para todos una sensible falta.
Cuando Cristo andaba día tras día por los cerros y valles de Judea y de Galilea, prodigando sus enseñanzas a la multitud, todos recibieron igual provecho. Pero El se comunicó sobre todo a Sus discípulos y éstos por consiguiente crecieron espiritualmente con gran rapidez. El vinculo de amor se fue estrechando a medida que pasaba el tiempo, hasta que un día manos alevosas cogieron al Maestro querido y Le hicieron morir de una muerte afrentosa. Pero aunque El había muerto en la carne, continuó comunicándose con ellos en espíritu durante algún tiempo. Por fin, sin embargo, El ascendió a esferas más altas, perdieron el contacto directo con El, y aquellos hombres se miraron tristemente los unos a los otros, preguntándose: "¿Es esto el final?" Ellos habían esperado tanto, habían alimentado tan altas aspiraciones, y a pesar de que el verdor del paisaje era tan luminoso y estaba bañado por el Sol como antes de Su partida, la Tierra parecía fría y tenebrosa, porque una profunda desolación se había apoderado de sus corazones.
Algo análogo pasa con nosotros cuando nos esforzamos en obrar según el espíritu y a luchar contra la carne, aunque la analogía no se nos haya hecho aparente antes de ahora. Cuando la "Caída" del rayo dé Cristo empieza en otoño y hace entrar la estación de la supremacía espiritual, nosotros lo apercibimos en seguida y empezamos a lavar nuestras almas en la bendita marea con gran avidez. Notamos una sensación semejante a la de los apóstoles cuando caminaban con Cristo, y a medida que la estación avanza, se hace cada vez más fácil el comunicarse con El, cara a cara, como antes. Pero en el curso anual de los acontecimientos, la Pascua de la Resurrección y la Ascensión del "rayo de Cristo resucitado" hacia el Padre, nos dejan en idéntica situación como a los apóstoles, cuando su querido Maestro desapareció.
Nos quedamos desolados y tristes; miramos al mundo como a un triste desierto y no podemos comprender la razón de nuestra pérdida, que es, sin embargo, tan natural como los cambios de la marea y del día y de la noche - fases todas de la edad actual de ciclos alternantes.
Hay un peligro en esta actitud mental. Si la permitimos que nos domine, estaremos quizá tentados de abandonar nuestra obra en el mundo y hacernos ilusos y soñadores, perder el equilibrio y provocar justas críticas de los demás hombres contra nosotros. Semejante conducta sería enteramente errónea, porque, lo mismo como la Tierra se esfuerza materialmente para producir abundantemente en verano después de haber recibido el ímpetu espiritual del invierno, así también nosotros deberíamos impulsarnos a cumplir mejor nuestra obra en este mundo, cuando nos ha sido dado el privilegio de poder comunicarnos con el espíritu. Obrando así excitaremos más la emulación que el reproche.
Estamos acostumbrados a figurarnos. a un avaro como uno que amontona oro, y semejantes personas son generalmente objeto de desprecio. Pero hay individuos que anhelan tan fervorosamente adquirir conocimientos como el avaro trata de acumular oro, los cuales emplearán todos los medios para lograr sus fines, y luego conservarán sus conocimientos para sí tan celosamente como el avaro guarda su tesoro. Ellos no comprenden, sin embargo, que por semejante método se cierran positivamente el camino para una sabiduría mayor. La antigua teología escandinava, que contenía una parábola, aclara bastante bien este asunto.
Decía que todos los que morían en el campo de batalla (las almas fuertes que lucharon valientemente hasta el final) serían llevados a Valhalla para estar allí con los dioses; mientras que aquellos que morían en cama o de enfermedad (las almas que se arrastraron débilmente por la vida )iban al nefasto Niflheim. Los guerreros valientes en Valhalla se alimentaban espléndidamente de la carne de un jabalí llamado Scrimner, que tenía la particularidad de que cada vez que se cortaba un pedazo de su cuerpo, la carne crecía en seguida de nuevo, de modo que su cuerpo siempre quedaba intacto, no importa qué cantidad se cortase de él. De este modo simbolizaba muy bien el "conocimiento", porque, por mucho que demos de él a los demás, siempre nos queda el original.
Por esta razón existe cierta obligación de comunicar a otros el saber que hayamos adquirido, y "a quien mucho se le dé, mucho le será exigido". Quizá no esté fuera de lugar el contar una experiencia que aclarará aún más el asunto en cuestión, pues fue la "prueba" final a la cual fui sometido antes de recibir la enseñanza contenida en el "Concepto Rosacruz del Cosmos", aunque yo estaba por supuesto en aquel momento ignorante de que se me ponía a prueba. El hecho sucedió cuando yo me marché a Europa en busca de un instructor, quien, como yo creía, era capaz de ayudarme para avanzar en el sendero del camino espiritual. Pero cuando yo hube examinado su enseñanza hasta las más escondidas entrañas y le hube obligado a admitir ciertas incongruencias que él no podía explicarme, me hallé en un verdadero "abismo de desesperación" y preparado para volver a América. Estando sentado en mi butaca y meditando sobre mi desengaño, sentí de repente que alguna otra persona estaba presente y levanté la cabeza y vi a Aquel que desde entonces ha sido mi Maestro. Con vergüenza recuerdo la brusquedad con la que le pregunté quién le había mandado y qué quería, porque yo estaba profundamente descontento y vacilaba mucho antes de aceptar su ayuda en las cuestiones que me habían llevado a Europa.
Durante los días siguientes mi nuevo conocido se apareció en mi cuarto varias veces, contestando a mis preguntas y ayudándome a resolver problemas que hasta entonces habían sido un obstáculo para mí, pero como mi vista espiritual estaba entonces muy poco desarrollada y no siempre bajo mi control, me sentía más bien escéptico que otra cosa en lo que me decía. ¿No podía ser que todo ello no fuese más que una alucinación? Yo discutí esta cuestión con mí amigo. Las respuestas a mis requerimientos dadas por la aparición eran claras, concisas y lógicas en alto grado. Se limitaban siempre y estrictamente a lo que yo había preguntado y eran, además, de una índole infinitamente superior a todo lo que yo era capaz de concebir, y por estas razones llegamos a la conclusión de que la experiencia debía ser real.
Pocos días después mi nuevo amigo me dijo que la Orden a la cual él pertenecía, tenía una completa solución para el enigma del Universo, de mucho más alcance que cualquiera otra enseñanza públicamente conocida y que ellos me comunicarían esta enseñanza si yo me comprometia a guardarla como un secreto inviolable.
Entonces me volví hacia él encolerizado. "¡Ah!, por fin veo la oreja del diablo! No, si tenéis lo que decís y si ello es bueno, será bueno para el mundo también. La Biblia prohíbe terminantemente que ocultemos la Luz, y yo no quiero hartarme de saber mientras miles de almas anhelan encontrar una solución a sus problemas como yo lo deseo actualmente."
Entonces mi visitante se marchó y yo saqué la conclusión de que era un emisario de los Hermanos Negros.
Un mes más tarde viendo que no podía obtener una ilustración mayor en Europa decidí la vuelta, y como consecuencia fui a pedir camarote en un vapor para Nueva York; como había mucho pasaje tenía que esperar un mes para el camarote. Cuando volví a mi habitación después de haber comprado mi billete encontré en ella a mi desdeñado Maestro, quien me ofreció otra vez su enseñanza con la condición de que yo guardase el secreto. Esta vez mi negativa fue quizás más enérgica e indignada aún que antes, pero él no se marchó, sino que dijo: "Me alegro mucho de oír su negativa, hermano mío, y espero que usted será siempre tan celoso en la difusión de nuestras enseñanzas, sin miedo ni suplica, como lo ha sido en esta negativa. Esta es la condición necesaria para poder recibir las enseñanzas."
El modo en que recibí instrucciones para tomar cierto tren en cierta estación y para ir a un sitio del cual nunca había oído hablar, donde encontré al Hermano en carne y hueso, cómo fui llevado al Templo y recibí en él las principales instrucciones contenidas en nuestra literatura, son cosas de bien poco interés. El asunto es que si yo hubiera aceptado de guardar el secreto de las instrucciones, hubiera sido naturalmente descalificado para ser mensajero de los Hermanos, y ellos habrían tenido que buscar a otro. De igual modo con cualquiera de nosotros: si atesoramos las bendiciones espirituales que hemos recibido, el mal nos acecha, y por esta razón nos conviene imitar a la Tierra en este tiempo de Pascua. En este mundo físico de la acción debemos sacar a la superficie los frutos del espíritu sembrados en nuestras almas durante la pasada estación invernal. Así recibiremos de año en año bendiciones más abundantes.
del libro "Enseñanzas de un Iniciado", de Max Heindel
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