CAPÍTULO X
LUZ MÍSTICA SOBRE LA GUERRA MUNDIAL
Segunda Parte
Por extraño que parezca, es un hecho positivo que la gran mayoría de la humanidad está parcialmente dormida la mayor parte del tiempo, a pesar de que sus cuerpos físicos parezcan que están trabajando activamente. Bajo condiciones normales el cuerpo de deseos es generalmente la parte más despierta del complejo hombre que vive casi enteramente en el circulo de sus sensaciones y emociones, y no piensa nunca en el problema de la existencia casi más allá de lo que es necesario para tener el cuerpo unido al alma. La mayoría de esta clase de personas nunca, probablemente, han considerado seriamente las grandes cuestiones de la vida, a saber. ¿de dónde hemos venido?, ¿por qué estamos aquí? y ¿adonde iremos? Sus cuerpos vitales están en constante actividad para reparar los destrozos que produce el cuerpo de deseos en el vehículo físico, y para acumular la vitalidad, que después es despilfarrada por la satisfacción que damos a nuestros deseos y emociones.
Es esta durísima lucha entre el cuerpo vital y el de deseos la que engendra el estado de conciencia en el mundo físico y despierta en hombres y mujeres tan intensa actividad que, mirado desde el punto de vista del mundo físico, parece dar un rotundo mentís a nuestra afirmación de que esta gente está parcialmente dormida. Sin embargo, examinando de cerca los hechos se verá que es así, y conviene declarar también que este estado de cosas se ha producido por el designio de las grandes Jerarquías que están dirigiendo nuestra evolución.
Sabemos que hubo un tiempo en el cual el hombre estaba mucho más despierto en los mundos espirituales que en el físico. Hubo, en efecto, una época cuando el hombre, aun
teniendo un cuerpo físico, no se daba cuenta de él por sus sentidos. Con el fin de que pudiese aprender a usar este instrumento físico como era debido, conquistar el mundo físico y aprender a pensar correctamente, era necesario que durante cierto tiempo olvidase todo lo que sabia de los mundos espirituales, y aplicase todas sus energías a los asuntos físicos. El modo de lograr esto fue por la introducción del alcohol en nuestra dieta, así como por otros medios, todo lo cual ha sido explicado detalladamente en el Concepto Rosacruz del Cosmos y no necesita repetirse aquí. Pero ahora nos encontramos frente al hecho de que la humanidad está tan completamente sumergida en la materialidad, que en la mayor parte de los hombres los vehículos invisibles están totalmente enfocados sobre las actividades físicas y adormecidos respecto a las verdades espirituales, que son tomadas en broma y como imaginación de cerebros enfermos. Así sucede que los que están empezando a despertarse del sueño del materialismo son estimados por los demás como locos y chiflados, adaptados perfectamente para ser recluidos en un manicomio.
Si esta actitud mental persistiera mucho tiempo, el espíritu quedaría en ciertos casos hasta
cristalizado en el cuerpo. La vida celeste durante la cual construimos nuestros vehículos futuros se haría poco a poco estéril, porque, pensando constantemente que no existe nada más que aquello que percibimos por medio de los cinco sentidos, es decir, la vista, oído, tacto, olfato, gusto y análisis, es forzoso que semejante actitud mental, cultivada durante la vida terrestre, persistirá en el Segundo Cielo, con el resultado de que allí olvidaremos la preparación que necesitamos para conseguir un campo de trabajo y los instrumentos que se necesitan para actuar en él, y como consecuencia de todo esto la evolución cesaría muy pronto.
Según la enseñanza Rosacruz, el alma es el extracto de los distintos cuerpos y es formada
poco a poco por la experiencia, la cual, por su lado, tiene como consecuencia la destrucción de los cuerpos particulares de los cuales es extraído este pan viviente que ha de servir como de pabilo para el espíritu. En el curso normal de la evolución el perfeccionamiento de los distintos vehículos es gradual, y la sustancia del alma es almacenada y asimilada por el espíritu entre una vida terrestre y otra. Pero en cierto período de la vida cósmica, cuando estamos entrando en una nueva espiral, una nueva fase de evolución, es generalmente necesario emplear medidas drásticas para sacar al espíritu de la senda común y hacerle entrar en nuevas e ignoradas direcciones. Antiguamente, cuándo teníamos menos individualidad y éramos incapaces de tomar iniciativas personales, estos cambios se llevaban a cabo por medio de los grandes cataclismos de la naturaleza, que fueron sin embargo planeados por las Jerarquías divinas que dirigen la evolución, con la finalidad de destruir a multitudes de cuerpos que habían servido ya a los propósitos del desarrollo humano en una dirección determinada, cambiando el lugar de existencia de aquellos que habían aprendido las posibilidades de una ruta nueva, y poniendo en camino a estas vanguardias humanas para una nueva carrera. Semejantes destrucciones en masa eran naturalmente mucho más frecuente en las épocas lejanas que en las más cercanas a la nuestra. La Lemuria disponía de todas las condiciones necesarias para numerosas tentativas de lanzar nuevos grupos al camino de la evolución cuando otros habían sido destrozados después de haber fracasado. Hubo, en efecto, no uno, sino tres diluvios en la época Atlántica, y entre el primero y el último medió un espacio de tiempo de unos 750.000 años.
No debemos imaginarnos que este método de destrucción en masa y de inauguración de un nuevo rumbo pueda sufrir aplazamientos, para permitir qué todos tengan tiempo para llegar a la convicción de la necesidad de tomar un nuevo rumbo una vez llegado al final del anterior, sino que los Directores Invisibles de la evolución escogen los métodos y los aplican cuándo y cómo lo juzgan necesario. Actualmente no se sirve de cataclismos de la naturaleza para modificar el estado de cosas y crear algo mejor, sino que emplean las energías mal dirigidas de la humanidad misma para lograr los fines que se han propuesto.
Esto ha sido la génesis de la gran guerra, que acaba de desolar al mundo. Su finalidad era de hacernos abandonar la costumbre de buscar afanosamente el pan por el cual mueren los hombres, y de despertar en nosotros el hambre del alma que ha de desviarnos de las cosas materiales y conducimos a las espirituales. Estamos realmente empezando ahora a trabajar por nuestra propia salvación, a hacerlo nosotros mismos, por nuestros propios medios, y aunque sin darnos cuenta de ello, estamos aprendiendo a transformar el mal en bien.
Algunos pensarán que esta guerra afectó solamente a aquellos pocos millones de hombres
que estaban precisamente luchando en los campos de batalla, pero reflexionando un poco nos convenceremos pronto de que el bienestar del mundo entero ha estado en juego en mayor o menor grado, por lo menos en lo que respecta a las condiciones económicas. No hay raza ni país que haya quedado a salvo por completo, y no hay tampoco nadie que pueda ahora caminar del mismo modo tranquilo como antes de la guerra. Los parentescos y amistades eran lazos que alcanzaban desde las trincheras en Europa hasta todas las partes del mundo.
Muchos de nosotros estábamos relacionados con individuos en uno o quizás en los dos grupos de combatientes, y seguíamos su suerte con un interés tan vivo como la simpatía que nos unía a ellos. Pero durante la noche cuando nuestros cuerpos físicos estaban durmiendo, y entrábamos en el Mundo del Deseo, no podíamos abstenernos de vivir y sentir toda esta tragedia en la más viva intensidad, porque las corrientes de deseos inundaban al mundo entero. En este Mundo del Deseo no existe ni tiempo ni distancia. Las trincheras de Europa se trasladaban a nuestra puerta, no importa en qué parte del mundo viviésemos, y no podíamos substraemos al efecto subconsciente del espectáculo que presenciábamos allí. Además, esta lucha titánica produjo efectos que no es posible comparar con un cataclismo natural, el cual es mucho más rápido en su acción y tanto más corto en su duración, además de estar localizado e incapaz de producir los mismos sentimientos de amor y odio que fueron tan importantes factores en la Guerra Mundial.
Durante la guerra anterior del hombre, el objeto de las Jerarquías divinas había sido el de enseñarle a obtener resultados físicos por medios físicos. El ha olvidado el modo de utilizar las fuerzas más sutiles de la naturaleza, Como, por ejemplo, la energía que es libertada cuando un grano germina, energía que fue usada con propósitos de propulsión y elevación en las aeronaves de los atlantes. Desconoce también la santidad del fuego y su uso para fines espirituales, y por esta razón solamente un quince por ciento de su poder es utilizado hoy en las mejores máquinas de vapor. Conviene naturalmente que el hombre esté limitado de este modo, porque si fuera capaz de usar el poder del cual dispone aquel cuyas facultades espirituales están despiertas, podría aniquilar al mundo entero y todo lo que contiene. Pero mientras el hombre está empleando las facultades de las que dispone hoy en día para lo mejor o lo peor, está aprendiendo la lección de cómo dominar sus sentimientos para prepararse así para el uso de las fuerzas más sutiles que son necesarias a su desarrollo en la Edad Acuaria, y está quitándose el velo de los ojos para que pueda empezar a descubrir el mundo nuevo el cual está llamado a conquistar.
Para obtener este resultado se emplean dos distintos y separados procedimientos. El uno es la visita de la muerte a millones de hogares, separando de la familia al marido, padre o hermano, y dejando a los supervivientes en una existencia económica angustiosa. El Sol existía antes que el ojo y construyó luego a este órgano para su percepción. El deseo de ver era naturalmente inconsciente por parte del individuo que ignoraba y no tenía ningún
concepto de la significación ni del uso de la vista, pero en el alma del mundo, el cual creó al
Sol, reposaba la conciencia y el deseo necesario para hacer el milagro. Algo semejante pasa con la muerte: cuando nuestra conciencia fue primitivamente enfocada sobre los vehículos físicos y vimos el espectáculo de la muerte cara a cara, se acababa la esperanza en nuestros corazones, pero con el tiempo la religión nos facilitó el conocimiento de un mundo invisible, de donde el espíritu había venido para nacer en la materia, y a donde vuelve después de la muerte. La esperanza de la inmortalidad desarrolló gradualmente en la humanidad la sensación de que la muerte no es más que una transición, pero la ciencia moderna ha hecho todo lo que ha podido para privar al hombre de este consuelo.
Sin embargo, las lágrimas vertidas en cada caso de muerte sirven para disolver el velo que oculta al mundo invisible de nuestra anhelante mirada. La profunda tristeza sentida por la
desaparición de los seres queridos, en ambos lados del velo, hace que éste se aparte y cualquier día no muy distante, el efecto acumulado de estos dos esfuerzos, nos revelará el hecho de que la muerte no existe, y que los que han pasado por su umbral están tan vivos como nosotros. El poder de estas lágrimas y esta tristeza no es, sin embargo, igual en todos los casos, y los efectos difieren mucho según el estado del cuerpo vital, es decir, si en una persona determinada éste ha sido despertado o no por actos de desinterés y servicio, según la máxima oculta de que todo desarrollo en sentido espiritual empieza con el cuerpo vital. Esto es la base, y ninguna superestructura puede ser edificada si no existe previamente este cimiento.
Respecto al segundo proceso de desarrollo del alma que se lleva a cabo entre aquellos que
están actualmente luchando en la guerra, habrá probablemente pocos que hayan tenido una oportunidad tan singular para estudiar las condiciones actuales en los campos de batalla como el autor. A pesar de toda la brutalidad y la atmósfera infernal de esta guerra está seguro de que esto ha sido la más grande escuela para la evolución del alma humana que ha existido jamás, porque en ninguna parte ha habido tan numerosas oportunidades para servicios altruistas como en los campos de batalla de Francia, y en ninguna parte los hombres han estado tan dispuestos para prestar servicio como en ellos. De este modo el cuerpo vital de muchísimas personas han tenido un desarrollo tan rápido, como de otro modo no lo hubiera logrado probablemente durante muchas vidas enteras, y estas personas se han hecho proporcionalmente sensitivas para las vibraciones espirituales, y susceptibles en el más alto grado al beneficio que se podrá sacar del primer procedimiento mencionado previamente.
Como resultado de esta circunstancia veremos a su tiempo todo un ejército de sensitivos entre nosotros, que estarán en tan íntimo contacto con el mundo invisible, que su testimonio concertado no podrá ser aplastado por la escuela materialista. Ellos serán una valiosa ayuda para prepararnos para las condiciones más elevadas de la Edad Acuaria. "Pero", preguntarán algunos, "¿no olvidarán todo esto cuando la tensión de la guerra haya terminado?" "¿No volverá un gran numero de estos individuos a los mismos hábitos arraigados que tenían antes?. A esto podemos contestar que estamos seguros de que esto es imposible, porque, mientras los vehículos invisibles, especialmente el cuerpo vital, están adormecidos, el hombre puede perseguir una carrera materialista; pero una vez que haya sido despertado este vehículo y haya probado el pan de la vida, está igual que el cuerpo físico sujeto al hombre“hambre del alma” y sus exigencias no podrán ser negadas si no después de una lucha excesivamente dura. En este ultimo caso, naturalmente, se podrán aplicar las palabras de San Pedro : "El ultimo estado del hombre es peor que el primero." Sin embargo, es un consuelo el sentir que de la indescriptible tristeza de la guerra se ha extraído un bien que será duradero.
Debemos reunirnos todos y unir nuestras fuerzas y ayudar a extraer este bien, para que seamos ejemplos luminosos que sirvan de guías a los hombres hacia la Edad Futura.
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